Por: Gloria Nydia Aragón Urquía
Hoy en día, basta solo con observar una pequeña muestra de las noticias y algunas de las publicaciones de ciertos usuarios de las redes sociales con tintes políticos y/o filosóficos, incluso a veces artísticos para comprender que estamos ante una continua y recalcitrante revolución cultural, caracterizada por una serie de movimientos sociales dedicados a ensalzar y proteger a las nuevas identidades que van surgiendo y los supuestos derechos que a estas les corresponden y, usando un ojo un poco más crítico, podemos comprender que se trata, a todas luces, de una “revolución identitaria”[1].
Dicha revolución, producto de la crisis que experimenta la cultura occidental en la actualidad, ha sido el resultado del proceso del cambio en el pensamiento del hombre y la conceptualización que de sí mismo ha tenido y que ha ido modificándose con el paso del tiempo; esta va del hombre político de Aristóteles que le daba gran importancia a la superación personal en función a su contribución a la sociedad; al hombre religioso de Tomás de Aquino, que tenía claridad y discernimiento sobre el derecho a la vida, a formar una familia y educar a los hijos, a buscar, y hacer el bien y evitar el mal; pasando después por el hombre del renacimiento y sus excesos característicos, colocándose a sí mismo como eje regidor de su propio comportamiento, destacando el placer como medio y objetivo mismo de la conducta, perdiendo el sentido de trascendencia, volviéndose la propia conciencia el criterio moral último; no olvidemos al hombre económico de la revolución industrial, que aportó a la ecuación el abandono de sí mismo a la búsqueda de los bienes de la vida impulsado por el materialismo, para así llegar al hombre identitario del progresismo, que resulta aquel que vive una realidad totalmente subjetiva, sin ningún fin y sin ningún límite externo o interno para hacer lo que se le antoje [2].
Si revisamos este cambio a través de las épocas, podemos observar la pobreza y la corrupción que ha alcanzado la percepción de sí mismo, el olvido de su propia naturaleza, ha cambiado ideales nobles por metas meramente básicas, como su supervivencia y la satisfacción de sus necesidades, cayendo en lo que los griegos con cierto desprecio denominaban hombre privado, ensimismado, sin formación; pero escalando a niveles de una cada vez mayor búsqueda de prosperidad económica como fin último, entrando en una cultura materialista y de competencia con los demás, de crear una pantalla que refleja lo que quiere que vea el otro, cosas que ocupan todo su tiempo, dejando de lado su potencialidad para trascender, sus talentos a desarrollar y su búsqueda del bien común mediante el servicio a los demás, adoptando además una percepción de la libertad como un ejercicio voluntario de una decisión, producto de sentimientos convertidos en el fundamento del obrar moral; provocando una fragilidad en su interioridad que se ha ido llenando de cualquier idea que circule a su alrededor y que le parezca conveniente, dejando de lado la razón y la verdad.
Pablo Muñoz Iturrieta da en el clavo cuando dice: ”El individualismo y el secularismo radical ha desembocado como por secuencia lógica en una verdadera revolución identitaria en la que se venera a un ‘yo’ que busca empoderarse por medio de una afirmación totalmente desconectada de la realidad: la ‘autopercepción’…” y “…se busca imponer el reconocimiento ajeno de dicha afirmación identitaria, como si la propia constitución personal dependiese de la afirmación del otro para así poder constituirse en una identidad determinada» [3].
Esta erosión de la identidad, consecuencia de la tendencia progresista, que busca generar un sujeto que no esté determinado ni por su biología, historia, religión o cultura, es producto de negar que el hombre está constituido por dos partes fundamentales: una naturaleza primera, que viene dada y no está disponible al cambio, y una naturaleza segunda que sí es modificable, como la conducta, personalidad y carácter del hombre; sosteniendo que el hombre es solamente este último aspecto, cambio constante, potencia y posibilidad pura, sin tener en cuenta a esa parte primero mencionada.
Es producto también, de querer ignorar por completo la importancia de la causa final o el sentido del hombre, que es el de ser libre (entendiendo la libertad como la capacidad de actuar de manera autónoma y como fuente de las propias determinaciones [4]) para humanizarse, esto es, para actualizar sus potencias o posibilidades contenidas en la naturaleza con la que este nace, en congruencia con la misma, obrando en toda circunstancia a la luz de la razón; como Shopenhauer decía: “Yo puedo hacer lo que quiera, pero no puedo querer cualquier cosa…”[5]
Dicho de otra forma, nuestras acciones deben estar reguladas y ordenadas con miras a un fin común, que es la perfección del hombre y, en consecuencia, su felicidad [6].
Se puede pensar que la inteligencia del hombre, producto de su naturaleza imperfecta, ha ido enterrando en capas cada vez más profundas, el conocimiento y la comprensión que poseía de sí mismo, buscando crear concepciones nuevas, queriendo justificar y meter dentro de lo válido o permitido, aquello que sirva a sus intereses en turno, desvirtuando y desgastando su propia naturaleza, franqueando y quebrantando sus límites, volviéndose contra ella, lo que constituye una excepcional gravedad, puesto que esta es, lo que el hombre más íntimo tiene [7], y la materia prima para lograr su propósito, que es, como se mencionó antes, la felicidad.
Referencias:
[1] Pablo Muñoz Iturrieta, Las mentiras que te cuentan, las verdades que te ocultan, 1era ed., Ontario, Metanoia Press, 2021, pág. 10.
[2] Pablo Muñoz Iturrieta, Las mentiras que te cuentan, las verdades que te ocultan, 1era ed., Ontario, Metanoia Press, 2021, pp. 18-28.
[3] Pablo Muñoz Iturrieta, Las mentiras que te cuentan, las verdades que te ocultan, 1era ed., Ontario, Metanoia Press, 2021, pág. 17.
[4] Étienne Gilson, El Tomismo. Introducción a la filosofía de Santo Tomás de Aquino. 4ta ed., Pamplona, Ediciones Universidad de Navarra S.A., pág. 384.
[5] Agustín Laje con Jonathan Ramos, Progresismo: Origen, desarrollo y actualidad. https://www.youtube.com/watch?v=wnVC3zkY91M&t=5378s
[6] Étienne Gilson, El Tomismo. Introducción a la filosofía de Santo Tomás de Aquino. 4ta ed., Pamplona, Ediciones Universidad de Navarra S.A., pág. 365.
[7] Étienne Gilson, El Tomismo. Introducción a la filosofía de Santo Tomás de Aquino. 4ta ed., Pamplona, Ediciones Universidad de Navarra S.A., pp. 378-379.