Por: María José Arias Pérez
Necesidades humanas olvidadas.
Con la crisis del Covid se ha colado el slogan “no tendrás nada y serás feliz”, de la promesa mesiánica en boca de quienes afirman tener la solución a los grandes retos de la humanidad hoy. Un análisis detenido nos lleva a la conclusión de que no necesitamos excluir la propiedad privada ni la empresa para mejorar nuestro mundo. Se puede ser liberal y partidario del libre mercado, sin olvidar las exigencias de un desarrollo humano sostenible y solidario. Esta es una lección histórica.
Lamentablemente, el enfoque en el crecimiento económico típico de la doctrina liberal contemporánea (como filosofía política o ideología), promovieron una concepción del hombre y de la libertad equivocadas (Soto, 2021), marcadamente individualistas, proyectadas en una lógica de acumulación y sobrevaloración de cosas materiales que solamente requieren criterios objetivos de medición.
De la mano con todo esto, se ha vivido también la pérdida de los valores y grandes relatos tradicionales que otrora promovieron las “virtudes cívicas”, es decir, un mayor compromiso y sentido del deber para con la comunidad y el bien común. Así, se arrinconaron cada vez más las dimensiones subjetivas importantes del desarrollo humano relativas a las necesidades de seguridad, apego y búsqueda existencial de sentido. Este reduccionismo del ser humano lo podemos ver reflejado en el trabajo de las alianzas entre el sector público y privado en países como Costa Rica, las cuales giran en torno a los temas de desarrollo humano y de inclusión social.
Hoy hay un auge de la metodología de diagnóstico llamada “multidimensional” para medir los factores que confluyen en la pobreza, cuyos indicadores sin embargo se limitan a avances estructurales (en las áreas de educación, salud, vivienda, trabajo, protección social) que no necesariamente reflejan “…la forma en la que las personas viven y sienten su bienestar…” (Fuders et al., 2016, p. 64), empezando por las necesidades de subsistencia y protección y pasando por el afecto, el entendimiento, la participación, el ocio, la creación, la identidad y la libertad (p.65). Todos aspectos subjetivos importantes de la naturaleza humana relativos a las necesidades psicológicas y espirituales de seguridad-apego y por otro lado, significación o búsqueda existencial de sentido (del Castillo, 2015).
Todo este deterioro en la forma de concebirnos como personas individuales sociales se ha visto reflejado en las relaciones interpersonales y ha minado los vínculos sociales básicos: los de carácter amistoso y familiar, incluyendo los más básicos: aquellos que se dan entre hombres y mujeres y que, histórica y mayoritariamente, han llevado a conformar familias naturalmente constituidas en las cuales se educaba a los hijos, futuros ciudadanos, en las virtudes cristianas y cívicas que construyeron el hoy amenazado Occidente judeo-cristiano.
Amenazas actuales al desarrollo humano en nuestro contexto.
Ahora bien, el término “normalidad”, asociado a la pre-pandemia no hace justicia a un nivel de armonía social deseable en el marco del rescate de una visión solidaria y sostenible de desarrollo humano en nuestras familias, comunidades y países. La “normalidad” que se añora no sería el tipo de sociedad al que apunta nuestra indagación, a pesar de que la población mundial esté tan enfocada en volver a ella. Antes de que apareciera el virus, por ejemplo, la economía financiera/especulativa pre-pandemia, que reemplazó a la productiva, estuvo endeudando a las personas, empresas, familias y corporaciones por tres veces más de lo que producen (Vacarezza, 2021). Asistimos también, hasta entrado el 2020, a una crisis de varias décadas del matrimonio natural como institución, con sus efectos negativos en la economía (Social Trends Institute, 2007).
Por otra parte, ignorada por muchos, desde estructura supranacionales como la ONU, la OMS e instancias poderosas como el Foro Económico Mundial, se proclama que las llamadas tecnologías convergentes de hoy pondrían fin a todos los retos de la humanidad (definidos en términos progresistas con objetivos como la despoblación, la agenda de género, eliminación de catástrofes climáticas, etc.) trayéndonos el paraíso a todos, con una “nueva normalidad”. Todo ello se promueve con la llamada Cuarta Revolución Industrial (concepto introducido en 2015 por Klaus Schwab -director general y ejecutivo del Foro Económico Mundial- en la Revista Foreign Affairs) y el Gran Reseteo/Great Reset (para el inicio del Nuevo Orden Mundial).
Se despliegan con esta inminente revolución nuevas construcciones ideológicas sobre lo que significa ser humano, muy bien representadas en su consigna sobre la Cuarta Revolución Industrial como llevando a “la fusión de nuestra identidad física, biológica, digital” (Schwab, s.f., citado en Watson, 2020). Se repetiría indudablemente la experiencia de las revoluciones tecnológicas del pasado, ya que ha sido en el contexto de las grandes revoluciones industriales cuando nacen las nuevas ideologías (Lukacs y Soto, 2021).
Según esta corriente tecnológica e ideológica la solución a las dificultades habría estado fuera de nuestro alcance hasta ahora, ya que sería la misma naturaleza humana de la que dependemos la que durante toda la historia no nos ha permitido superar condiciones como la vejez, la enfermedad, entre otros. Se habla de súper longevidad, super bienestar y super inteligencia. La tecnología directamente aplicada a los seres humanos cambiaría su naturaleza, y así, a sus problemas (Lukacs, 2020).
Inclusive, la incapacidad de medir/vigilar todas las interacciones y variables de nuestras dinámicas sociales y de mercado (tal como sí lo hace la inteligencia artificial en manos de las grandes empresas tecnológicas) se vería solucionada y en su lugar, por medio del máximo control del proceso económico y social (Lukacs y Ponce, 2020), tendríamos la maximización las ventajas de bienestar material, de la predicción de nuestros comportamientos (Ángel, 2021) y de la naturaleza circundante.
Quien no tenga la voluntad y/o habilidades para fusionar su cuerpo con el mundo tecnológico y digital, quedará fuera del mercado y limitado en su rango de acción. Aun dentro de ese nuevo mercado desaparecerían los órdenes espontáneos que se alimentan de la experiencia acumulada, la información dispersa y con ello una manifestación muy importante del respeto a la libertad las personas (Laje, 2021) y de una economía participativa. El nivel de participación real en nuestras comunidades no estaría garantizado sino cooptado desde la injerencia de dispositivos de vigilancia en nuestros cuerpos y hogares (Ángel, 2021). Y siendo así, nuestra individualidad estaría diluida en un colectivo anestesiado por un bienestar controlado al 100%.
En un breve análisis de esta propuesta mesiánica podríamos decir que resignarse a aceptar acríticamente la Cuarta Revolución Industrial y el Gran Reseteo equivaldría a delegar toda la responsabilidad de en la restauración de la sociedad a quienes tienen en sus manos estas tecnologías, es decir, a metacapitalistas con tanto dinero que fácilmente nos vigilan todo el tiempo, influencian el mercado, la cultura y nuestro comportamiento, no solo para predecirlo sino para moldearlo (Ángel, 2020).
Rápidamente se limitaría aún más la oferta/demanda de trabajos para las personas. Esto tiene serias implicaciones para nuestra ya menoscabada democracia, para nuestra identidad humana como personas individuales y como especie, afectando la forma en que nos entendemos, nos relacionamos, sobrevivimos y nos realizamos en la vida cooperando con los demás y nuestro ambiente.
Filosofía subyacente.
En este sentido, es notable el desprecio por todo lo que está en el pasado y en la naturaleza humana, además de la obsesión idolátrica por la novedad de las tecnologías (Lukacs, 2021). Subyace en ello un marco filosófico y antropológico que conlleva una dialéctica de falsa lucha/oposición entre los ámbitos de la naturaleza humana, sus manifestaciones sociales (ser humano, familia, lenguaje, etc.) y la ecología del ambiente.
En la línea de Ponce y Lukacs (2021), podemos hablar de una estrategia de control con la politización de las medidas sanitarias para ir dando paso a un discurso de un supuesto desarrollo sostenible. Se defiende la causa ambiental con políticas en detrimento de los otros ámbitos de desarrollo humano (políticas despoblacionistas abortivas, eugenésicas, de renta universal básica como única solución al desempleo que traería la inminente Cuarta Revolución Industrial y su Gran Reseteo; lo cual anula el respeto a la vida envejeciente y naciente en la familia, así como la libre empresa y vocación laboral, etc.).
En el fondo son la naturaleza humana y sus manifestaciones libres las que resultan sacrificadas, negadas, trastocadas, fragmentadas. De esta manera se coarta la interconexión y armonía natural a la que tiende la naturaleza humana, la vida social y Creación (una idea destacada por Joseph Ratzinger). En el fondo, la naturaleza humana no modificada por las bondades de este progreso secular sería la culpable de la pobreza, de la falta de bienestar. De ahí las políticas despoblacionistas, el control biopolítico que se despliega, desde ya, con las “vacunas” experimentales.
Hacia dónde ir.
Como propuesta alternativa para el diagnóstico y programas de desarrollo humano auténticamente sostenible y solidario, debemos tomar en cuenta la riqueza y complejidad del bienestar humano sin limitarla a la mera medición agregada del crecimiento material o económico. Es necesario incluir mediciones, criterios e indicadores que visibilicen y promuevan la conexión entre el ser humano, su mundo social y el ambiente. Particularmente, se puede atender a la relación estrecha entre la esfera económica y el ámbito social natural y primario de realización humana (la familia), pues cualquier ruptura entre estas dimensiones genera puntos ciegos con graves consecuencias psicosociales que repercuten en la economía y en los vínculos humanos.
Por ejemplo, cuando se aborda el problema de algunos grupos en riesgo social como las madres solteras pero se omite la conexión entre la promoción de la familia de fundación matrimonial natural y la economía, se cae en un asistencialismo social que termina desincentivando hábitos y estilos de vida dirigidos hacia el compromiso estable en el trabajo y a largo plazo con el padre de los hijos, y más bien se producen dinámicas familiares disfuncionales alentada por la convivencia con parejas múltiples parejas, la negligencia parental, la falta de apoyo en la educación de los hijos, la deserción escolar, la violencia doméstica, la delincuencia, drogadicción, etc. En una línea afín, especialistas en historia, economía, psiquiatría, derecho, sociología y filosofía han investigado el tema del matrimonio es un tema de interés público (Social Trends Institute, 2007, p. 19).
Existe suficiente evidencia, por ejemplo, de la relación entre la prosperidad económica, la paz social y el mayor número de familias conformadas desde la alianza conyugal que genera hijos naturalmente. Las ventajas de este tipo de estructura familiar en los estados estadounidenses en donde hay más de ellas se ve reflejada en los índices de pobreza infantil, ingreso familiar promedio, crecimiento y movilidad económicas (Wilcox et al., 2015, p. 3).
Ciertamente hace falta un mayor compromiso y sentido del deber para con la comunidad y el bien común que trascienda los sesgos ideológicos y se base no solamente en la evidencia, sino también en una antropología realista que no excluye dimensiones importantes de la naturaleza y experiencia humana, la cual reclama el respeto a su libertad, dignidad y necesidad establecer vínculos sólidos. Existen dos criterios diagnósticos y programáticos de desarrollo humano que cumplen estas características:
1) El nivel de solidaridad familiar entre las generaciones para proteger a los más necesitados de ayuda (niños y ancianos),
2) La estabilidad y funcionalidad de las relaciones familiares que aportan servicios humanizadores y sociales básicos de la forma más efectiva posible (Conen, 2015, págs. 53-54).
Colombia pareciera ser el único país en que se han tomado en cuenta parámetros similares en el diseño de políticas públicas y atañen a la protección de la familia. Posiblemente su larga lucha contra el narcotráfico les haya hecho ver la importancia medular de la familia naturalmente constituida (Conen, 2015, págs. 63-64) en el desarrollo de las virtudes sociales y cívicas que nutren un libre mercado dinamizado por la libre empresa y “una sociedad civil vibrante” (Wilcox et al., 2015, p. 7) y el desarrollo humano solidario y sólido. Esperemos no tener que pasar por algo así para defender lo que más nos humaniza.
Bibliografía:
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