Por: Edgar Nahuat
Introducción
En la historia de las ciencias de la salud mental existe un punto de inflexión, un evento que marcó un antes y un después en la práctica de la psicología y la psiquiatría, se remonta al año 1973; cuando la American Psychiatric Association (APA) eliminó la homosexualidad del Manual Diagnóstico y Estadístico de Trastornos Mentales (DSM por sus siglas en inglés), lo que supuso un estancamiento y rezago en el conocimiento y la investigación acerca de las causas y el tratamiento de la homosexualidad.
Lo cual supone un planteamiento potencialmente nocivo para las personas que experimentan esta condición, pues toda la presión sociopolítica que se ejerce para “incluir” a la población LGBT cae en una ciega aceptación que nos lleva a lo que tenemos hoy día, donde en 2019 el 40% de los jóvenes LGB intentó suicidarse, aumentando esto a más del 50% en población transexual y no binaria (Infobae, 2020).
Los activistas homosexuales argumentan contra esto que las tasas tan altas se deben a la homofobia, la discriminación y la poca aceptación hacia la comunidad LGBT, sin embargo, en lugares con gran aceptación y avance en materia de legislaciones dirigidas a la protección y promoción de dicha comunidad, no parecen haber logrado reducir estas cifras (Tomicic, et al., 2016).
Pues es bien sabido que las psicopatologías asociadas a orientaciones no heterosexuales son sorprendentes: más trastornos del estado de ánimo y ansiedad, más depresión y un alto riesgo de ideación e intentos suicidas que sus contrapartes heterosexuales (Graham, et al., 2011) entre otras.
Una dura crítica al modelo que plantea un supuesto estrés social como factor causante de estas diferencias fue hecha por los psiquiatras Mayer y McHugh (2016) en un estudio exhaustivo que realizaron sobre las cuestiones entre la sexualidad y el género, concluyendo que la evidencia que apoya dicha afirmación podría explicar alguna pequeña parte de las diferencias, pero “la evidencia es limitada, inconsistente e incompleta” (p. 74).
Este trabajo busca proporcionar una mirada crítica a las afirmaciones que solemos escuchar en los medios de comunicación y los centros académicos, que polarizan y politizan todo debate científico sobre esta cuestión. Se ofrece una pincelada general hacia la cuestión de la homosexualidad, desde la historia de su eliminación como trastorno mental hasta los hallazgos más recientes que encontramos hoy en día.
La despatologización de la homosexualidad
A pesar de que hubo mucha controversia, críticas y quejas al respecto (Bayer, 1987; Cohen, 2013; Ramírez y Rodríguez, 2019) la decisión no fue suprimida y eso llevaría a preguntarse sobre cuáles fueron las razones que motivaron dicha acción.
Tenemos que lejos de ser una decisión científica, se volvió un tema político y fue por las mismas presiones que se ejercieron sobre la APA, como causa principal, que se eliminó la homosexualidad del DSM (Bayer, 1987; Cohen 2013). Nicolosi (2001) nos menciona que existen otras dos causas por las cuales se siguió su eliminación: la primera recae en la búsqueda de eliminar la discriminación que históricamente sufrieron las personas homosexuales y la segunda fue por no tener un consenso sobre la etiología de la homosexualidad. Usando la lógica falaz de “si no lo podemos arreglar, no está roto.” (Nicolosi, 2001, p. 74)
Hay autores que mencionan como uno de los factores detonantes fueron los hallazgos de Alfred Kinsey un zoólogo, hostil a la religión, que en su afán por romper con los estándares judeo-cristianos de su época se dispuso a investigar sobre el comportamiento sexual humano (Reisman, et al., 1990), realizando publicaciones sobre el comportamiento sexual masculino y femenino (véase Kinsey, et al., 1948;1953), con métodos éticamente muy cuestionables donde obtuvo datos acerca de la respuesta sexual en la infancia mediante estimulación manual y oral en niños de hasta 2 meses de edad (Reisman, et al., 1990); y al no tener muy claro si la reacción obtenida era un orgasmo, solicitó ‘el apoyo’ de adultos participantes en el estudio que habían tenido contacto sexual con niños y poseían registros de esas actividades, para poder completar los datos (Kinsey, et al., 1948, pp. 157-158); cuyos resultados llegaban a arrojar, entre otros desatinos, que los homosexuales formaban hasta el 10% de la población. Lo cual los convertiría en una minoría discriminada y oprimida que necesitaría ser protegida a toda costa.
Y a pesar de haber, ya desde la década de los 50’s, críticas hacia el trabajo de Kinsey que ponían en tela de juicio la metodología empleada (Cochran, et al., 1953), así como sus muestras poblacionales que estaban conformadas por homosexuales y población penitenciaria (Capshew, et al., 2003), llegando a concluir que sus resultados estuvieron inflados (Maslow y Sakoda, 1952), los profesionales de la salud mental decidieron voltear su mirada hacia otra parte e ignorarlas por completo.
Inclusive hoy que la ciencia moderna nos dice que el verdadero porcentaje de la homosexualidad en la población es de aproximadamente el 2-3% (Whitehead y Whitehead, 2020), los activistas homosexuales siguen promoviendo los eslóganes «10% de la población es homosexual» y «la homosexualidad es innata».
Ya el estudio sobre sexualidad más grande realizado por Laumann, Gagnon, Michael y Michaels (1994) en Estados Unidos apoyó que los factores sociales poseían mayor peso que los hereditarios en el desarrollo de atracción al mismo sexo (AMS) , identificando ambientes particulares que aumentaban la probabilidad, concluyendo que aquellos que crecieron en zonas urbanas experimentaban en mayor medida AMS que aquellos individuos crecidos en un ambiente rural. Y aunque desde inicios del nuevo milenio existen grandes estudios que respaldan la predominancia ambiental, como el de Dickson, Paul y Herbison (2003) donde muestran una gran fluidez en la orientación sexual según el paso del tiempo en 1000 personas nacidas en 1972/3 en una ciudad de Nueva Zelanda o en 2006, donde Frisch y Hviid evaluaron una cohorte de 2 millones de daneses de entre 18 y 49 años de edad, concluyendo que en las zonas más urbanizadas las personas tendían a contraer menos matrimonio heterosexual y más homosexual que en las zonas rurales, igualmente mostró que este hecho estaba fuertemente ligado a experiencias familiares en la infancia como el divorcio, la edad de los padres, la estabilidad experimentada, un padre ausente, entre otras circunstancias.
Del mismo modo un análisis de Mercer, et al. (2013) analizando los hallazgos del National Survey of Sexual Attitudes and Lifestiyles recuperando datos en tres periodos distintos [1990-91/1999-01/2010-12], mostró una variación significativa en las prácticas sexuales con el paso del tiempo, lo que reforzaría un modelo ambiental.
Llegó a asentar un duro golpe a la hipótesis de lo innato el estudio del genoma humano más grande hasta la fecha realizado por Ganna, et al. (2019) donde analizaron el genoma humano de casi «medio millón de personas», demostrando que no existe el llamado ‘gen gay’, aun encontrando varias ubicaciones genéticas con influencia en el comportamiento homosexual, no llegan a ser predictivas del comportamiento sexual de una persona.
Todo lo anterior debería ser suficiente para ver desde otra perspectiva las hipótesis del ‘nacido así’, sin embargo, pareciera que estamos muy lejos de lograrlo, pues la agenda ideológica del lobby homosexual sigue avanzando, con legislaciones en contra de la familia y buscando la adoctrinación de la infancia para que, sin necesidad de la coerción estatal, se acepten todos estos planteamientos ideológicos acerca de la sexualidad humana, pero, como menciona el Dr. Pablo Muñoz (2021), toda ideología tiene una característica de la cual no puede escapar y es que está basada en mentiras.
Ignorar todos los hallazgos actuales que nos brinda el avance científico nos puede llevar a una «discriminación inversa» hacia los «homosexuales no gays», término con el que Joseph Nicolosi nombró a las personas con una AMS no deseada, prohibiéndoles el acceso a terapias en búsqueda de lograr su potencial heterosexual. Lo cual es un atropello a su libertad, autonomía y autodeterminación.
Ideología, ciencia y el cambio en la orientación sexual ¿Es posible?
En la lucha por los “derechos de las minorías sexuales” la American Pshycological Association se manifestó en contra de la opción terapéutica por el cambio en la orientación sexual, calificándolas como potencialmente dañinas e ineficaces (Glassgold, et al., 2009), desalentando de esa manera tanto a profesionales de la salud mental a investigar como a clientes por buscar un cambio. Como resultado de aquellas afirmaciones, se ha llegado inclusive a prohibir estas prácticas aun si la persona recurre a ellas por voluntad propia.
Tenemos que Joseph Nicolosi (2009) nos menciona que el grupo de trabajo que realizó estos estudios presentó varias razones para creer que sus afirmaciones podrían estar sesgadas, pues todos aquellos profesionales de la salud mental que trabajaron en él, participaron en el activismo homosexual antes de su elección; y sorprendentemente la APA rechazó a todos los practicantes de reorientación sexual que solicitaron su ingreso, tales como Dean Byrd, George Rekers, Joseph Nicolosi y Mark Yarhouse, entre otros.
En general, hay 4 puntos principales que nos permiten creer que existió un sesgo (Nicolosi, 2009)
• No se informó sobre el nivel de patología mucho más alto que conlleva el estilo de vida gay.
• El trabajo no abordó las causas por las cuales una persona se vuelve homosexual.
• No se estudiaron a las personas que informaron éxito en el tratamiento.
• A pesar de que el estándar de éxito para el tratamiento de la homosexualidad era sustancialmente más elevado que cualquier otra condición psicológica como el abuso de alcohol/drogas/alimentos, se esperó que esta tuviera una resolución completa, sin embargo, eso es imposible, pues todas estas condiciones nunca se superan por completo y requieren un trabajo de por vida.
Lo que tenemos hoy, muy contrario a lo que la APA afirma, es que en realidad la orientación sexual no es algo estático e inmutable (Diamond, 2016; Whitehead y Whitehead, 2020). Todo el cuerpo de investigaciones internacionales que evalúan la atracción sexual, el comportamiento y la identificación respaldan estas afirmaciones (Diamond, 2016, p. 254). Y es muy curioso que aquellos que más fluidez presentan son los que más la niegan, pues la AMS presenta una fluidez sustancial tanto en hombres y mujeres (Diamond, 2016, p. 254). Siendo la atracción exclusiva por el sexo opuesto 17 veces más estable en hombres y 30 veces más estable en mujeres en comparación con la atracción al mismo sexo (Whitehead y Whitehead, 2020).
Grandes psiquiatras como Bieber (1988) y Van den Aardweg (1997) han mencionado una tasa de éxito en el tratamiento terapéutico de la reorientación sexual de hasta el 27% y el 60% respectivamente.
En una encuesta a 285 psicoanalistas que trataron a 1215 homosexuales, resultó que el 23% de los clientes cambió a heterosexual y el 84% recibió beneficios terapéuticos significativos (Macintosh, 1994). Y la lista que apoya los resultados expuestos anteriormente puede seguir (véase Byrd, 2000; Spitzer, 2003; Byrd, Nicolosi y Potts, 2008).
El estudio de Spitzer (2003) fue muy controversial, debido a que él fue un pilar fundamental en la eliminación de la homosexualidad del manual de trastornos mentales de la APA, los hallazgos del estudio mostraron el cambio en la orientación sexual de 200 personas; este hecho es corroborado por Cohen (2013) donde menciona que algunos de los participantes del estudio fueron clientes suyos de terapia de reorientación sexual.
Debido a lo anterior, se desató una ola de críticas, amenazas y demás hacia el Dr. Spitzer, quien en 2012 se retractó de su estudio debido a que “no había forma de verificar la veracidad de los testimonios”, sin embargo, esa ‘crítica’ no refuta sus hallazgos. De ser así, múltiples estudios no podrían ser relevantes debido a que se basan en cuestiones informadas por los propios participantes del estudio. Vemos como de nuevo la política se impone a la ciencia.
Lo que hoy se utiliza es la llamada “terapia afirmativa” que busca que la persona con una orientación homosexual acepte esa condición sí o sí, sin embargo, llega a ser contradictorio que los defensores de esta corriente nunca mencionan que “a pesar de la multiplicidad de trabajos publicados sobre psicoterapias afirmativas para gays y lesbianas, también carecen de un fundamento empírico claro, al menos si se utilizan las directrices estándar de los tratamientos validados empíricamente.” (Zucker, 2003, p. 400)
Expertos como Van Den Aardweg (2004) y Jokin De Irala (2006) explican que un número realista sobre el cambio completo en la orientación homosexual es de aproximadamente el 30%, describiendo que no es un proceso de corto tiempo y aunque no es garantía el cambio, está comprobada una mejora significativa en la estabilidad emocional.
Encuestas actuales muestran un cambio en la orientación sexual de más del 40% con beneficios psicológicos significativos; reflejando que las técnicas empleadas, lejos de ser aversivas, están compuestas por acompañamiento psicológico, grupos de apoyo y soporte de pares, entre otras. Concluyendo que las terapias aversivas para el tratamiento de la homosexualidad no se usan desde hace aproximadamente 30 años y que los cambios en la orientación sexual tienen efectos duraderos (Coalition Against Unsafe Sexual Education [CAUSE] y Free to Change, 2020).
Actualmente hay autores que afirman que “la homosexualidad es completamente reversible” (Ramírez y Rodríguez, 2019, p. 305).
Esto supone un fuerte revés a las afirmaciones que mantiene la APA al respecto. Sugiriendo que están sujetas a planteamientos anticientíficos e ideológicos, matizados por intereses personales y/o políticos.
Apenas hace un par de años Santero, et al. (2018) publicaron un estudio cuyos resultados apoyaron fuertemente el efecto de la terapia en el cambio en la orientación sexual de un grupo de 125 hombres, demostrando que la mayoría presentó cambios hacia una orientación heterosexual y beneficios psicológicos significativos como reducción en la depresión y la ideación suicida; estos hallazgos replicaban los de Jones y Yarhouse (2011) de manera muy similar.
Hoy en día si se hace búsqueda de ese artículo, nos encontramos que la revista se retractó de su publicación debido a «diferencias estadísticas no resueltas»; lo cual podría suponer un golpe a la credibilidad del estudio, sin embargo, tenemos que en 2019, Whitehead, uno de los autores, publicó su respuesta hacia este acontecimiento; exponiendo que esta decisión se tomó de forma unilateral, basada únicamente en apenas una revisión negativa, aun después de que otra revista realizó un examen a profundidad del artículo, aprobando la metodología estadística empleada. Incluso la misma APA recomendó una técnica estadística que se empleó en el trabajo. El autor cierra el artículo afirmando que “los datos siguen siendo válidos y se puede confiar en ellos.” (p. 78)
Conclusión
La eliminación de la homosexualidad como trastorno se debió al contexto sociopolítico de la época, no a la evidencia científica al respecto. Lo cual resultó en un estancamiento en el desarrollo de conocimientos y teorías sobre la materia.
Tenemos que, contrario a lo que los medios se encargan de difundir, no existe evidencia científica consistente para afirmar la atracción al mismo sexo como algo innato e inmutable, inclusive lo que la ciencia apoya hoy en día es una etiología multifactorial en donde el ambiente juega un papel fundamental. Cualquier otra posición al respecto es meramente ideológica y particularmente nociva para las personas que experimentan esta condición.
Hay evidencia que respalda que la orientación sexual no es algo inmutable, contrario a la creencia popular, del mismo modo también se respaldada que el cambio es posible, trayendo consigo efectos psicológicos benéficos.
¿Es posible atender las necesidades de los homosexuales insatisfechos y aún proponer un modelo de trastorno psicológico que no ofenda a quienes no desean cambiar? La única respuesta es permitir que el debate se dé con base en los hallazgos científicos de una manera objetiva, no dejándose guiar por el sentimentalismo, promoviendo el diálogo al respecto y no, mediante presión e intimidación, ponerle fin al mismo.
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