La importancia de la niñez en la batalla cultural

La infancia es la etapa donde el ser humano va adecuando su intelecto con la realidad (que está por fuera de él) y por medio del lenguaje, describe lo que la esencia de las cosas son, en otras palabras, la Verdad. Es muy importante tener en cuenta este argumento para padres de familia y educadores, ya que la formación y la educación deben ir en función de la verdad y no de las ideologías que buscan demoler los pilares de nuestra civilización occidental y cristiana.

Los padres tienen todo el derecho de escoger qué educación es la mejor para sus hijos. Sin embargo, deben tener presentes tanto los valores que le dieron estructura a la civilización y por consecuencia al entorno familiar en el cual los hijos se están desenvolviendo, como la enseñanza de estos valores. Ambos, no sólo evitarán futuras desgracias familiares sino que evitará que el veneno ideológico, el cual busca un reinicio cultural, pueda alcanzar su objetivo ya que su vehículo de transmisión es la juventud.

El elemento clave para frenar esta embestida ideológica es la formación de los padres de familia en el funcionamiento de esta siniestra <ingeniería social> que estamos viviendo. Lo menciona el Dr. Pablo Muñoz Iturrieta: “Se tiene que ayudar al joven a madurar, ser responsable, a tomar compromisos en su modo de relacionarse con los demás, para así generar verdadera confianza” [1] pero para lograr esto, los padres deben estar presentes a través de la educación de sus hijos y no ser funcionales a la destrucción de la cultura. Los padres deben retomar la frase de Santo Tomás de Aquino: “Se debe buscar hacer el bien y evitar el mal”, ya que es uno de los pilares capitales que acorazan a la familia y por consiguiente a la sociedad, la patria y la cultura. Ésta última, debe crecer en virtud de la filosofía del Evangelio y no de la infección que desparraman los medios de comunicación. Un padre de familia para hacer contrapeso a toda <ingeniería social> debe armarse de todas las virtudes que tanto refuerza el “Tomismo Aristotélico” en todo su esplendor medieval y que expone el padre Héctor Ramírez de Mater Fátima [2]  cuando menciona el libro “El Combate Espiritual” de Lorenzo Scupoli clasificando 4 pilares de combate:

1) Negación de uno mismo.
2) Confianza ciega y plena en Dios.
3) Desarrollo de tus dones e inteligencia.
4) Oración profunda.

En el tercer pilar es dónde entra la formación del padre de familia para conocer cómo piensan y cómo funcionan las ideologías desparramadas por medio de la <ingeniería social> que amenaza a nuestros hijos. El Lic. Agustín Laje lo menciona al citar la sentencia de la feminista de tercer ola Shulamit Firestone: “El concepto de infancia debe ser abolido, los niños tienen plenos derechos legales, sexuales y económicos, sus actividades educativas/laborales no difieren de la de los adultos. Durante los pocos años de infancia hemos reemplazado la psicológicamente destructiva paternidad.” [3] ¿Destructiva paternidad? La única paternidad destructiva es la que guarda silencio cuando sus hijos son adoctrinados por la E.S.I (Educación Sexual Integral) que instala como estas nefastas ideologías en los centros educativos, Netflix, Disney y los videojuegos mientras que el padre sumido en sus éxitos sociales y laborales ignora el daño que le está haciendo a sus hijos (siendo él funcional al daño) y por consiguiente a la civilización que nos dio estructura familiar, social, moral y sentido de trascendencia a través del Cristianismo.

Este negligente comportamiento familiar es un rasgo del “hombre idiota” que menciona el Dr. Pablo Muñoz Iturrieta al describir el ideal del ser humano como “animal político” o “ser social” descrito por Platón y Aristóteles poniendo cómo antítesis al hombre “privado o idiota”, recordando que la palabra idiota de origen griego significa “privado, uno mismo” y a su vez en latín significa “una persona sin educación o ignorante” [4].

Un padre de familia idiota, es aquel que no se aventura a profundizar en ver qué le están enseñando a sus hijos, o peor aún, qué lo sabe y no le importa por razones de comodidad. Justificándose en la frase progresista: “Mientras no les falte nada, todo está bien, es la realidad de hoy”; ignorando que esa “realidad de hoy” es el resultado de una negligencia acumulada de vivir en una sociedad hedonista, inmanente, secular y paradójicamente desconectada de la realidad de la que tanto se jactan de conocer. Pues, al negar e ignorar la importancia en la formación de valores y virtudes, que son las alas de pureza que nos dan vuelo rumbo a una sociedad llena de orden, estructura y belleza, están ignorando el propósito total y real de la vida que es el perfeccionamiento del ser humano buscando la transcendencia y cuyos ejemplos encontramos en innumerables vidas de Santos.

El padre de familia debe tener en cuenta que el “establishment” nos quita todo mecanismo de defensa humanista, que al apoderarse de la cultura y el entretenimiento nos convierte gradualmente en un engrane del sistema; haciéndonos creer que somos pero sin poseer realmente felicidad, pues al no reposar nuestra mente en la verdad nos llenamos del humo brindado por las “satisfacciones temporales” que sólo nos duermen y nos vuelven seres inmanentes a quienes se les puede inscribir lo que se le antoje a la agenda Biopolítica y sus superiores. Ya lo decía Sor Lucía Dos Santos, vidente de la Virgen de Fátima, en una larga carta enviada al Cardenal Carlo Caffarra, entonces Arzobispo de Bolonia (Italia), donde advirtió también sobre los ataques que afrontarán quienes defiendan las dos instituciones naturales (El matrimonio y la familia), “La batalla final entre Cristo y Satanás será en la familia” [5]. El padre de familia debe saber que el combate por las instituciones naturales es también un combate por Cristo y que por esto será perseguido y padecerá tribulaciones al entender lo que menciona el maestro Antonio Caponnetto “Se lucha sin calcular la proporción de fuerzas ni el poder de los perseguidos” [6] .

Por lo tanto, es urgente que como sociedad tengamos presente que la formación, práctica y enseñanza de los valores heredados de la civilización occidental y cristiana no son sólo una tarea diaria que es un deber practicar sino que además son un camino a la santidad.