Por: Cristina Barba Martínez
“Dios es la verdad y quien busca la verdad, busca a Dios, sea de ello consciente o no”[1]
–Edith Stein
Existe un gran conflicto entre los poderes del bien y del mal a través de toda la historia de la humanidad. En nuestros días esta lucha se presenta sobre la visión que podemos tener las personas acerca de este mundo. Es decir, la manera en que concebimos lo que nos rodea afecta nuestro modo personal y social de ser, de actuar, de relacionarnos tanto en el ámbito privado como en el público, en nuestras costumbres, en las leyes, en el desarrollo del conocimiento, en las creencias, entre otros. Dicho de otra manera, nuestra cosmovisión tiene relación directa en lo que conocemos como cultura. Por eso se dice que nos encontramos en medio de una batalla cultural, porque la manera en que actualmente percibimos al mundo nunca ha estado más alejada de la realidad.
A las corrientes pseudofilosóficas, que están permeando toda nuestra cultura, como el posmodernismo, ya no les interesa el saber por el saber (los hechos) sino las interpretaciones que cada persona tenga sobre los hechos. Bajo dichos postulados, es el poder (o quien ejerce el poder) lo que produce la verdad y no la realidad. La verdad es la apropiación de la realidad que significa percibir lo creado tal como Dios lo creó. Sin embargo, el posmodernismo promueve la idea de que no hay verdad: la verdad ya no es verdad, todo es relativo (posverdad).
La posverdad se ha impuesto en la cultura occidental a partir de diferentes ideologías políticas, económicas y sociales que se han implementado partiendo de los movimientos liberales y marxistas, en la vida de las personas comunes, a través de la ingeniería social, que utilizando los medios de comunicación, entretenimiento, literatura, mercadotecnia y las instituciones y programas de educación; nos han vendido sin darnos cuenta, una cultura de la muerte disfrazada de progreso, bienestar y libertad.
Es así como el cientificismo, relativismo, sincretismo, progresismo e igualitarismo han entrado a nuestras familias, escuelas, empresas e iglesias; imponiendo una agenda, ya bien conocida de: aborto, eutanasia, ideología de género e identitaria, revolución sexual, uniones entre personas del mismo sexo, adopciones múltiples, pérdida de derechos parentales, biotecnología[2], transhumanismo, entre otros.[3]
A pesar del vehemente avance de estos ataques a la realidad, es cierto que cada uno de los seres humanos creemos instintivamente en la verdad, y solo deseamos prestar nuestro consentimiento a lo que cada cual reconoce como cierto y racionalmente válido[4]. Es decir, el hombre busca naturalmente la verdad. “La verdad no se impone de otra manera, sino por la misma fuerza de la verdad, que penetra suave y fuertemente en las almas”. [5] Es por esta razón que la moral (distinguir entre el bien y el mal, lo que conviene o no conviene) no es una creencia, algo impuesto o construido (a diferencia de las ideologías), sino que se conforma a la naturaleza del ser humano (ley natural).
“La ley natural expresa el sentido moral original que permite a los seres humanos discernir por medio de la razón lo que son el bien y el mal, la verdad y la mentira.[6] “Está inscrita y grabada en el alma de todos y cada uno de los hombres porque es la razón humana que ordena hacer el bien y prohíbe pecar” [7] Es un código no escrito, una inclinación por la verdad que tenemos en común todos los seres humanos independientemente de nuestro origen cultural, que motiva a que las propias acciones busquen el bien común y se rijan por el principio de hacer el bien y evitar el mal.
De esta manera, existe una continuidad entre la realidad, la naturaleza del ser humano, la moral y la ley. Según Santo Tomás de Aquino “la ley es la prescripción de la razón, ordenada al bien común, dada por aquel que tiene a su cargo el cuidado de la comunidad. “[8] Por tanto toda ley debe estar basada en el orden natural. Porque el orden natural es la realidad creada por Dios para darnos lo que conviene. Los diez mandamientos que Dios revela a la humanidad (ley divina o revelada) van en concordancia con la ley natural.
Sin embargo, en este mundo posmoderno, a la ley revelada se le concibe como una práctica propia de las personas que profesan una religión de origen judeocristiano y por lo tanto debe permanecer en el ámbito privado cuando, en realidad debería ser un modo de vida para toda persona que busque hacer el bien.
Según el diccionario de la Real Academia Española religión es un “conjunto de creencias o dogmas acerca de la divinidad, de sentimientos de veneración y temor hacia ella, de normas morales para la conducta individual y social y de prácticas rituales, principalmente la oración y el sacrificio para darle culto.”[9] Esta concepción está más alineada a lo secular que a la fe profesada en el cristianismo, pues se entiende como algo interior y personal que no compete al bien común, sino que denota una preferencia por afiliarse a un sistema de creencias y/o grupo de personas y no a una manera de ser y estar.
Asimismo, dicho diccionario, en su segunda acepción, presenta el significado de la palara religión como: “Virtud que mueve a dar a Dios el culto debido”. [10] Procede del latín religio, que significa «acción y efecto de ligar fuertemente (con Dios)»[11]. En otras palabras: religar, relacionar o reunir a los seres humanos con Dios. Es una virtud por la cual las personas que la posean tienden hacia Dios en todo lo que hacen. El verdadero sentido de la religión será, entonces, el nivel en que cada uno de nosotros se relaciona con Dios (como una persona) como un hijo que aprende de su padre por tener una relación con él y es una respuesta que satisface a nuestra razón y a nuestra inclinación natural por la verdad.
La ley natural está instintivamente en los seres humanos y es correspondiente la ley divina que se practica a través de la religión. Por lo tanto, ambas nos llevan a que todas nuestras acciones aspiren a hacer el bien y acercarnos Dios. Si la batalla cultural tiene el objetivo de restaurar la visión del mundo a la realidad creada por Dios, entonces esta se debe dar desde la virtud de la religión. El hombre virtuoso es el único que puede dar la batalla cultural. Es una lucha que comienza consigo mismo y no se guarda únicamente para el ámbito privado, sino que sus acciones virtuosas tendrán un impacto en todas las relaciones que tenga fuera de este. Si todos los seres humanos que estamos en búsqueda de la verdad tendiéramos a Dios en todas nuestras acciones, no habría necesidad de librar ninguna batalla.
Bibliografía:
[1] E. Stein, Autorretrato epistolar, 299.
[2] Con fines de “mejora” del ser humano que van desde avances para hacer la vida más cómoda o recuperar la salud hasta transformaciones y creaciones físicas dando lugar al “homo deus”.
[3] Cf. Pablo Muñoz Iturrieta, Las mentiras que te cuentan, las verdades que te ocultan, 2021, p. 244.
[4] Cf. Teófilo Quico Tabar, Hacer el bien y evitar el mal, 2016, parr. 3.
[5] Cf. Concilio Vaticano II, Decl. Dignitatis humanae, 1.
[6] Catecismo de la Iglesia Católica, 1954.
[7] León XIII, enc. Libertas praestantissimum.
[8] S. Tomás, S. Theol., 1. 2. q. 90. a. 4
[9] Diccionario Real Academia Española. Religión, 1.
[10] Diccionario Real Academia Española. Religión, 2.
[11] Diccionario etimológico castellano en línea, Religión.