Por: Doctor Carlos Andrés Gómez
“Nuestro interés por Gómez Dávila nace sobre todo de la convicción de que su obra representa uno de los momentos más importantes de la reflexión filosófica del siglo XX, con específica referencia a la problemática, hoy más que central, de la ‘crisis de Occidente’”
Fabrizio Meroi y Silvano Zucal, filósofos italianos
Recientemente, en una conversación catequética entre dos sacerdotes, uno de ellos, al referirse a un varón, esto es, a un miembro del sexo masculino, se veía obligado a aclarar: “quiero decir, alguien que nació hombre, o sea, que en términos cromosómicos está configurado como hombre, cuyo ADN es el de un hombre…”. Hace unas décadas, incluso, todavía unos años atrás, dicha aclaración hubiese sido inoficiosa, baladí, frívola, inútil, pero, como bien afirmaban este egregio sacerdote y su compañero segundos después, hoy en día no hay que dar nada por sentado, no hay que suponer nada en el tiempo de la “autopercepción”, los cambios de sexo, el género no binario y el afamado colectivo LGTBI que, a cada tanto, suma una nueva letra con el fin de incluir alguna extraña forma de entender y vivir la dimensión sexual de la existencia humana.
No hay duda de que nos encontramos en el mundo de lo absurdo, donde, parafraseando al gran Chesterton, estamos a punto de blandir espadas para defender que el pasto es verde. En este contexto, se hace urgente ―más que nunca, nótese bien, siempre ha sido urgente― volver a los clásicos del pensamiento occidental en cuyas ideas se cimentó esta civilización que hoy perece so pena de morir de tedio e impotencia o de ser arrastrados a un posición conformista y condescendiente con el absurdo. En mi caso personal, giro en torno a cuatro pilares cuya lectura no solo instruye intelectual y moralmente, sino que también resulta terapéutica y purificadora en los días de los best seller contaminantes, la Wikipedia como oráculo posmoderno y el “opinionismo” de la web. Estos pilares son Platón, Aristóteles, San Agustín de Hipona y Santo Tomás de Aquino. En todo, trato siempre de consultarlos cual discípulo que recurre a su maestro buscando verdad, belleza y sosiego
Sin embargo, hay pensadores contemporáneos que, habiendo sufrido en carne propia el declive de la cultura occidental, supieron permanecer fieles a la tradición, al sentido común y al margen de las ideologías dominantes. Desde mi adolescencia, guardo especial afecto por uno de ellos y he dedicado buena parte de mi trabajo académico a estudiar sus escritos. Su nombre es cada vez más conocido y, paulatinamente, crece el número de sus seguidores y admiradores en todo el mundo: Nicolás Gómez Dávila, pensador colombiano nacido en Bogotá en 1913, fallecido allí mismo en 1994 a punto de cumplir los 81 años y autor de los célebres Escolios a un texto implícito y otras obras de no menor valía.
Las razones de mi admiración por don Nicolás (cuyo nombre significa “victoria del pueblo” o “pueblo victorioso”) son múltiples y quedan más que claras en mis textos que, fácilmente, encontrará el lector mediante una búsqueda somera en google. Admiro su lucidez, es decir, su claridad en el razonamiento, en las expresiones, en el estilo. No obstante, para ser directo y breve, deseo resaltar que la causa principal de mi aprecio por sus ideas es que, en una época en la que Dios tiene muy mala prensa y contra el ateísmo gnóstico de la democracia moderna ―un ateísmo que diviniza al hombre, que pone al hombre en el lugar de Dios―, Gómez Dávila reivindica la existencia de un Dios personal, del Dios cristiano para ser claros, no del ser encumbrado alejado de los hombres, no del tirano que impide el autodescubrimiento de la persona, sino el único que lo posibilita. La lectura de Gómez Dávila ha reafirmado en mí la certeza de que un conocimiento cierto de Dios redunda en un conocimiento cierto de la persona y no en la quimera que algunas ideologías han querido ver en la concepción cristiana del hombre, caricaturizándola y distorsionándola; es en este punto donde la falsa oposición entre Dios y el hombre se resuelve cuando este acepta su creaturidad gozosamente, reconociendo que no se funda a sí mismo, sino que su naturaleza proviene de un diseño inteligente y amoroso con todas las consecuencias que esto tiene en el plano metafísico, ético, jurídico, político, social y cultural. El olvido de Dios fue el primer paso hacia ese reino oscuro en el que la dignidad humana no es respetada y se vulnera de formas insospechadas y cada vez más aberrantes porque no se le descubre valor.
Con Gómez Dávila aprendí que la Filosofía misma ―a la que he dedicado mi vida― tiene su origen en esa misma tensión entre el hombre y su creador, pues hay que tener en cuenta que la primera ilustración y el principio de autonomía como negación de la creaturidad vieron la luz del día en los planteamientos de la escuela sofista, contra la cual se erige, de modo principal, el pensamiento platónico, fundamentado en un reconocimiento de la trascendencia de las ideas, del mundo inteligible y de la dependencia del hombre a valores que lo anteceden y en los que se funda su existencia. No resulta descabellado señalar que nunca la Filosofía ha salido de ese problema esencial. Mientras que las posturas iluministas y críticas hoy en boga, reeditan ideas propias de la ilustración sofista en el siglo V a.C, Gómez Dávila se inscribe en una tradición de corte platónico y cristiano, que, en últimas, se traduce un reconocimiento de la metafísica y de la necesidad de un trascedente para atribuir sentido a la vida humana y salir del mundo de lo absurdo mediante un lúcido reconocimiento de la jerarquía del ser.
En la mentalidad ilustrada que prescinde de Dios para garantizar la centralidad del hombre, el antropocentrismo lleva a la constitución de “hombres universo” cada vez más apartados de sus semejantes; la inexistencia de Dios que diviniza la humanidad da al hombre un valor meramente terreno que permite al más fuerte imponer su ética particular sobre quienes no pueden oponerse a él; la política es no solo la manifestación de la comprensión que se tiene de la humanidad misma sino también de la comprensión de Dios, fuera del cual, según Gómez, es imposible la construcción de una ética y una política que puedan sustentarse: “En las épocas en que Dios muere, el hombre se animaliza”[1].
La muerte de Dios no es idea que afecte a Dios, finalmente, destruye al hombre que encuentra su sentido en Él y que, al no encontrarlo ya en el panorama, se erige a sí mismo como dios, incapaz de saciar su sed de infinito. Ante este hecho, cuyas lamentables consecuencias se han podido verificar en el siglo XX, Gómez Dávila afirmó tajantemente: “Humanizar nuevamente a la humanidad no será tarea fácil después de esta larga borrachera de divinidad”[2].
Con lo anterior, es claro que en la obra de Gómez se encuentra una interesante antropología filosófica y teológica, cuyas raíces se hunden en el suelo fértil del pensamiento cristiano y que invita a revaluar el humanismo ateo y sus secuelas como respuesta última a la pregunta por la persona: “En efecto, si el hombre es el solo fin del hombre, una reciprocidad sin límites nace de ese principio, reciprocidad que de nada viene y hacia nada va, puesto que cada término sólo existe para su término recíproco que a la vez sólo existe para aquél, como el indefinido reflejo mutuo de dos espejos vacíos”[3].
De Gómez Dávila podríamos decir mucho: que se está preparando la traducción de sus escolios al ruso; que el año pasado, Casa de Asterión reeditó Textos, obra magnífica de Gómez Dávila; que se vienen publicando los comentarios de Ernesto Volkening ―intelectual colombo alemán y gran amigo de Gómez Dávila― a los escolios en una bellísima coedición de EAFIT y la Universidad de Los Andes; que mi querido amigo y colega Michäel Rabier publicó el año pasado su libro Nicolás Gómez Dávila, penseur de l’antimodernité (L’harmattan, 2020), que el politólogo rosarista Tomás Molina Peláez obtuvo su doctorado en Filosofía en la Universidad de Granada con una tesis titulada La modernidad como época gnóstica: una lectura intertextual de Nicolás Gómez Dávila (2020) y que, recientemente, el Fondo Editorial ITM publicó mi libro Nicolás Gómez Dávila frente a la muerte de Dios. Una crítica filosófica al proceso de secularización occidental (2020). Sin embargo, ya hablaremos de estos y otros asuntos en el curso a mi cargo que el Instituto de Investigación Solidaridad está organizando para el mes de julio y al que, desde ya, están cordialmente invitados para vivir momentos de lucidez gomezdaviliana y escapar de esa tiranía del absurdo que hoy pretende arrasar con cualquier vestigio de pensamiento.
[1] Gómez Dávila, N. (2003). Notas. Bogotá: Villegas Editores, p. 450.
[2] Gómez Dávila, N. (2005). Nuevos escolios a un texto implícito Tomo II. Bogotá: Villegas Editores, p.191.
[3] Gómez Dávila, N. (2003). Nuevos escolios a un texto implícito Tomo II. Bogotá: Villegas Editores, p. 100.